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El cerebro está en el pecho


Pasamos años en la escuela. Todos ellos priorizando la búsqueda de la excelencia académica, al menos para los “buenos” alumnos que son los que hacen caso a ese imperativo que te recuerda lo importante que es tu futuro: haz algo de provecho. Llamémosles más que buenos, obedientes.

Como si no hacer nada de vez en cuando no fuera de provecho, como si eso no sirviera para descubrirse y redescubrirse, como si lo que te ofrecen entre esas 4 paredes fuera suficiente. Igual al final resulta que la vida es demasiado larga y bonita como para casarte con una profesión que escogiste a lo loco en plena pubertad. En esa pubertad en la que te dedicabas a cultivar tu mente en vez de canalizar la odisea hormonal propia de la edad. O llámale mejor memorizar sin parar, no fuera caso que la cultivaras de verdad y llegaras a ser un auténtico sujeto pensante y entonces pudieras descubrir dónde está el verdadero cerebro.

Pero ya entiendo… éste no ayuda a dar dinero, y si no suma quizás no valga. Sólo sirve para entender cuándo quieres y cuándo amas, cuándo es que sí o tal vez no. Si es en tu casa o es en la mía. Si le llamas, le escribes o no le hablas. Si hiciste bien, si te avergüenzas, si estás feliz o sientes rabia. Si llegas tarde, estás a tiempo, que ya no toca o mejor no vayas. ¿Qué es sentir culpa, miedo, celos o ganas?


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